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El gran concierto de la arquitectura

La Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango es una de las más representativas en Latinoamérica. El libro ‘Si las paredes hablaran: 50 años de música en la Biblioteca Luis ángel Arango’, diseñado por Tangrama, recorre su rica historia.

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Hace poco, durante una rueda de prensa, un periodista peruano expresó su asombro al enterarse que el Banco de la República de Colombia tenía una subgerencia cultural que dirigía la Biblioteca Luis Ángel Arango (BLAA), el Museo del Oro, el Museo Botero y la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango (en adelante la Sala). El mismo asombro se puede encontrar en el siguiente titular de 1966 de El Espectador: “Se abre al público el ‘Coliseo de la Cultura’”. Al atardecer de ese mismo día, con un concierto del organista estadounidense Carl Weirich, la Sala abrió sus puertas en pleno centro de Bogotá.

En ese entonces en el mundo se escuchaba Going home de los Rolling Stones,Wouldn‘t it be nice de los Beach Boys, Rainy Day Women de Bob Dylan, como lo relata el filósofo e historiador Germán R. Mejía en el libro ‘Si las paredes hablaran: 50 años de música en la Biblioteca Luis ángel Arango’. También se vivía la Guerra de Vietnam, el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, la revolución sexual del feminismo y la minifalda, el surgimiento de la Cuba comunista y el asesinato de los hermanos Kennedy y el de Martin Luther King.

En Colombia, mientras tanto, se gestaba el ideal de desarrollo, en el marco de hechos como el asesinato de Camilo Torres, diez días antes de la inauguración de la Sala. Los colombianos eran además testigos de las campañas para elegir al que sería el tercer presidente del frente Nacional. Por su parte Bogotá estaba al mando del alcalde Gaitán Cortes. En ese ambiente y fiel a la idea de progreso, en pleno centro de la capital, entre balcones santafereños y calles coloniales, se construyó el moderno edificio de la Biblioteca Luis Ángel Arango, cuya Sala de Conciertos se anexó a él. La construcción fue planeada técnicamente por la firma ESguerra Säenz y Samper Ltda, los arquitectos Álvaro Sáenz , Rafael Esguerra y Germán Samper.

“Mi instrumento es toda la sala”

En algunas tardes otoñales de Paris, el arquitecto Germán Samper acudía a conciertos de música de cámara en la Sala Gaveau, “un salón imponente, aunque no muy grande, construido entre 1906 y 1907”, escribe el periodista Andrés Arias. Esa sala inspiraría en tiempos venideros la actual Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango.

En julio de 1947, el arquitecto francés Le Corbusier visitó Bogotá. Un año después, Samper ganó una beca para estudiar en París y lo que siguió, mejor que lo relate él: “pero yo iba a trabajar con Le Corbusier. Pedí cita con el director del Instituto y le solté una mentirita. Le dije que estaba revisando el programa de urbanismo y que no sentía que me fuera a servir. ‘Me doy cuenta que es para ciudades grandes y Bogotá es un pueblito. No sé si me equivoqué’, añadí. Él me contestó: ‘Le propongo que estudie lo que quiera en la universidad y que me complete los créditos, entonces viene y yo le firmo’. Le solté: ‘Es que lo que yo quiero es trabajar con Le Corbusier’. ‘Ah, eso sí es más difícil, me respondió. […]”

Él lo que quería era trabajar con Le Corbusier y lo logró. Al final, Samper se ofreció como dibujante, mientras preparaban el Congreso Internacional de Arquitectura Moderna en Italia, donde también se encontraba Rogelio Salmona. Sobre la creación de la nueva Sala en Bogotá, le preocupa llevarse todos los créditos, documenta Arias. El trabajo fue hecho en compañía de Rafael Esguerra, “el técnico, el encargado de la construcción”; Álvaro Sáenz “el gerente”, y él, el “diseñador”. Este trio llevó a cabo la construcción de la Sala.

Al escuchar los requerimientos del Banco de la República, lo primero que se le vino a la mente a Samper fue la Sala Gaveau. José Antonio de Ory describe la sala de la Luis Ángel de la siguiente manera en su libro Germán Samper: “una forma orgánica como de fósil o de caracol, como de vientre materno, que hace que no haya bordes ni limites, ni esté claro dónde es dentro y dónde fuera, y uno entre por tanto como sin darse cuenta, porque no se ha atravesado nada y ya se está dentro, de repente, de ese espacio-cascarón que envuelve y acoge”.

El equilibrio entre un buen diseño y una buena acústica fue difícil. La forma del lugar, casi ovalada, y la altura eran un problema. Manuel Drezner, graduado de acústica, jugó un papel fundamental: había estudiado la influencia del sonido en el comportamiento junto al arreglista y director alemán Hermann Scherchen y tenía una especialización en acústica. Drezner encontró una majestuosa solución: un techo de madera. El despliegue de creatividad y simetría de las vigas de madera que cubren el cielo raso; el órgano con 2.500 flautas, distribuidas en 30 juegos, cuyos tubos en cedro se funden entre la madera; las paredes blancas y las 367 sillas forradas en cuero sobre la alfombra roja; le da una identidad y calidez única a las sala.

En una ocasión el pianista chileno Claudio Arrauen alabó la sala, llamándola “una de más hermosas del mundo”. Sus paredes han rebotado los sonidos de pianistas como Martha Argerich, Rafael Orozco, Paul Badura–Skod, Blanca Uribe, además de agrupaciones como el trío clavecinista colombiano Rafael Puyana, solitas y conjuntos de percusión como el Quinteto de Cobres o Evelyn Glennie. Esta última, famosamente se dirigió al público con las siguientes palabras: “mi instrumento es toda la sala”

Los instrumentos, los tesoros

Entre los instrumentos que posee la sala destacan los donados por Monseñor José Ignacio Perdomo Escobar, un apasionado de la música, como una guitarra construida en Francia alrededor de 1840. “Este instrumento—escribe Nicolás Alexiades Uribe—, fabricado por el lutier de guitarras francesas más reputado en la Francia del siglo XIX, Pierre René Lacôte, exhibe las mejores cualidades de las guitarras francesas de la época: caja de resonancia en madera limonero, mecánica de afinación Demety elaboradas incrustaciones de nácar con figuras de flores y cabezas de dragones”.

También resalta la colección de cuatro clavecines, un fortepiano fabricado alrededor de 1810 en Londres por Muzio Clementi, dos pianos Stenway & Sons modelo D. Pero el órgano tubular es uno de los más representativos.

De la música de cámara a la música popular

Son cerca de 3.200 conciertos los que se han orquestado en la sala durante medio siglo. Aunque algunos creen que solo hay presentaciones de conciertos de “música de cámara” o “música clásica”, los sonidos son variados, como escribe el historiador Jaime Cortés: “Cuando se echa un vistazo a la colección de programas, esa definición se resquebraja de muchas maneras: desde los pianistas y los cuartetos más clásicos como Harold Matina o el Cuarteto de Praga hasta los conjuntos de jazz; desde los que se etiquetan como “músicas del mundo” hasta las expresiones que trazan sus horizontes creativos en lo que se rotula como música popular y tradicional de diversas regiones del país”.

Para la musicóloga Ellie Annne Duque, lograr que la sala incluyera a los instrumentistas nacionales fue un proceso paulatino. Aunque Fabio González Zuleta se encargó de la composición de la inauguración de la sala, solo fue hasta 1980 cuando un compositor nacional volvió a componer una obra para ese espacio:Segunda suite de Bambuquerías de Luis Antonio Escobar. La programación musical de la sala refleja la diversidad propia de la capital colombiana y de América Latina: en sus 50 años de trayectoria se ha mantenido en contacto con el mundo y se ha dejado permear por los sonidos emergentes.

Para el músico y gestor cultural Mauricio Peña el futuro de la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango debe construirse desde lo novedoso: la programación debe extenderse a más ciudades aunque también debe ahondar en el trabajo ya realizado, “reforzando sus raíces y cimientos para que cada obra compuesta y cada disco publicado no sea un evento temporal, sino una capa más que refuerce un robusto tronco”.

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