GERMÁN SAMPER arquitecto
La Fragua
Un día de marzo de 1958 iba yo en el carro de mamá rumbo a mi casa, en Usaquén, cuando el conductor me preguntó : - Cree usted que el Doctor Samper me podría hacer los planos de mi casita ?
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Naturalmente que sí, le respondí - Y donde la va a hacer ?
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No se - No tengo lote todavía –
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Pero si tiene el dinero?
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No, me contestó. Pero eso no importa. Yo estoy seguro de conseguirlo.
Y me soltó un discurso muy elocuente sobre su necesidad de una vivienda propia, no inquilinato y cómo estaba decidido a salir de esa condición.
Yo tenía todo un plan, escrito en un cuaderno, de cómo organizar un grupo, inspirado en la experiencia de “los castores” de Bélgica que después de la segunda guerra mundial reconstruyeron sus ciudades arrasadas.
Y eran todas profesionales que se pusieron a la obra por la necesidad de rehacer sus vidas.
Le conté esta historia a Ángel María. Lo invité a entrar en mi casa para explicarle en el tablero del corredor donde los niños pintaban con tizas de colores, el plano que yo tenía en mente: Un cuadrado dividido en 4 espacios, con entradas independientes a cada uno - Le dije: consiga otros tres amigos o parientes, compran un lote y construyen unas casas así, con los servicios al centro para economizar instalaciones y desagües.
Antes de una semana se me presentó con siete parientes y cuando menos pensé aparecieron veinte…! Me asusté, porque yo no tenía sino una idea, un modelo. Pero nada absolutamente de recursos para ponerlo en práctica.
En esa época, Germán, mi marido, tenía un grupo de Jazz que se reunía en nuestra casa los sábados por la tarde. El inspirador era un arquitecto chileno, excelente clarinetista: René Eyeralde.
Tenían cuatro instrumentos: piano, clarinete, contrabajo y el tambor de la percusión.
Con la dirección de René llegaron a tocar muy bien y así se reunieron durante varios meses, en nuestra casa.
Venían con sus esposas y nosotras les ofrecíamos unas “onces” opíparas al final de la tarde.
Fue muy agradable y nos divertíamos mucho. En medio de aquellas reuniones, yo le preguntaba a René todo lo concerniente a la gente que me estaba presionando para la autoconstrucción de sus viviendas.
René era el director de un programa de la OEA que estaba en ese momento promoviéndose en su sede de la ciudad universitaria, el CINVA: Centro Interamericano de Vivienda.
René me tranquilizaba contándome que hacía 15 años, en Chile, su país, se construía por ese sistema con mucho éxito. Me indicó cómo hacer los primeros formularios de investigación de las familias. Me contactó con un abogado que les hizo la personería jurídica, sin la cual no podían contratar, como grupo. Me conectó además, con el Instituto de Crédito Territorial donde, casualmente, el Gerente era un conocido nuestro, un pariente de todos mis primos: Antonio Garcés Sinisterra, de Calí.
Cuando él se retiró, a fines del año 58, me dejó muy recomendada al nuevo gerente, Aníbal López Trujillo, quién me hizo llamar para decirme que mi proyecto le interesaba mucho y que iba a experimentarlo. Y que si funcionaba, él se proponía dedicar el 75% del presupuesto del ICT a estos programas.
Inmediatamente, Germán entró en acción y con René organizamos un seminario en el CINVA con el cual se inició formalmente el programa de La Fragua, en Bogotá, tomando dos manzanas de un proyecto grande que el ICT iba a realizar en los terrenos de una antigua hacienda muy bien situada en los entonces “egidos” de la ciudad, ahora carrera 30 y 31 entre las calles 17 y 16, junto a la plaza principal del barrio.
El Departamento de Trabajo Social del ICT, bajo la dirección de Lola Rocha y Nina Chávez de Santa Cruz se encargó de dirigir la primera investigación de las familias.
Germán aportó un nuevo diseño urbanístico que aumentó la densidad prevista por el ICT de 42 lotes particulares a 96 familias con casa individual y con dos entradas. Además, incluía un salón comunal y cuatro placitas. Todas las casas tenían acceso independiente por dos lados.
Se han realizado muchos barrios en todo el país con estos diseños. Pero La Fragua sigue teniendo para nosotros un carácter especial, porque todavía estamos en comunicación con los propietarios de 19 casas, en medio de construcciones de varios pisos que le dan al barrio un ambiente igual al de tantos que hay en Bogotá.
En La Fragua, sin embargo, la Junta de Acción Comunal hace su trabajo con mucha conciencia de haber sido la primera en Bogotá, de haber dado el ejemplo y promovido el entusiasmo de nuevas comunidades. Hoy tienen una Iglesia que es una verdadera catedral, una plaza enorme que los convoca, frente a la Iglesia. Y sus cuatro placitas con árboles y prados, distribuidas entre las casas y edificios que ocupan el espacio de las dos primeras manzanas que concedió el ICT a este programa.
Al visitar las familias, comprobamos su evolución y su progreso, de generación en generación.
Los primeros estaban en la categoría de oficios especializados: músicos de Camucol, panaderos, constructores, zapateros, sastres y modistas, profesores, contabilistas, etc. Los hijos de ellos hicieron todos primaria y secundaria en la escuela del barrio y los nietos son universitarios, por principio.
Desde el punto de vista económico todos han aprovechado el tener en sus casas dos entradas independientes, por calles directas, que les han permitido desarrollar construcciones en ambos lados, algunas de varios pisos. Muchos vendieron y se fueron a otros barrios de la ciudad o al exterior.
Quedan 19 familias en sus casas de origen, sin embargo muy transformadas. Todos felices de haber vivido allí 50 años, desarrollándose y progresando con tranquilidad y mucha esperanza para el futuro de sus descendientes.
Se han pasado más de 50 años y la Fragua sigue siendo un punto de referencia en mi vida.
Todavía estamos en contacto con algunas familias, pero de las 96 con que se inició ese barrio solo quedan 19 originales; el resto son gente desconocida para nosotros, que compró, vendió y revendió durante todos estos años, construyendo edificios en los lotes de algunas de las casas. Queda una que otra casita, bien pintada y bien cuidada, como testimonio del modelo de vivienda que se construyó entre 1958 y 1962, en dos etapas diferentes, correspondientes a la financiación que conseguimos. La primera desde 1959 a 1961, con el Instituto de Crédito Territorial, gracias a un aporte de 25 millones de pesos (de esa época) que aportó Colsubsidio cuando su gerente era Roberto Arias Pérez[1]. La segunda etapa, se inició en 1962 con la ayuda de la Andi[2] cuando varias empresas de arquitectos, con el apoyo del Punto IV del programa de la Alianza para el Progreso del Presidente Kennedy de los Estados Unidos financio las últimas 42 casas, que estaban pendientes.
Ya en Colombia estaba en ebullición “La Acción Comunal” que nació con el ejemplo de la Fragua.
Y se convirtió en un ejemplo para multiplicarse, incluso en países vecinos.
La primera etapa la inauguró el Presidente de la República, Alberto Lleras Camargo, el 16 febrero de 1961,
y dejó grabadas unas palabras premonitorias sobre lo que podría significar “actos como éste” - así dijo – “para el futuro del país”.
La segunda etapa se construyó rápidamente, en 1962, porque ya teníamos la experiencia de cómo organizar los grupos de beneficiarios y sus horarios de trabajo: sólo en fines de semana pero ayudándose con obreros pagados por ellos mismos y por algunas empresas solidarias, durante los otros días, de lunes a viernes.
Esta etapa fue inaugurada con el Embajador Fulton Freeman de los Estados Unidos. En su discurso, sencillo y directo, felicitó a los que construyeron sus propias casas, por el ejemplo que ya había fructificado en todo el país y mencionó que en 68 lugares se estaba haciendo ya autoconstrucción, dirigida y organizada por grupos comunitarios que habían asumido su propia responsabilidad con talento y decisión.
De esta manera se empezó a extender el modelo de la “autoconstrucción dirigida” y se amplió a otras formas de trabajo comunitario, como escuelas y caminos veredales. Así nació “la Acción Comunal”, que el Alcalde de Bogotá, el arquitecto Jorge Gaitán Cortés, quien nos visitaba mucho en la Fragua durante todas las obras, entendió y protocolizó con un acuerdo del Concejo de Bogotá, cuando él era concejal y que impulsó con todo su entusiasmo y capacidad al ser designado Alcalde de la ciudad.
La Acción Comunal es el resultado de la integración de tres elementos dinámicos de la sociedad: La mano de obra de los propietarios de la vivienda apoyada por la técnica de profesionales, todos voluntarios. Y trabajando bajo la coordinación de un organismo estatal, que puede ofrecer créditos y manejo de cartera a largo plazo.
En esa época, en los fines de semana, íbamos los tres (Jorge Gaitán, Germán y yo) a presidir juntas comunales que pululaban por todas partes. Y era emocionante sentir el entusiasmo, la decisión y el compromiso de tanta gente involucrada en estas obras.
Allí aprendí el valor de desatar “la conciencia de ser capaces”, que era lo que yo les insistía en todas las oportunidades a los hombres y mujeres que preparábamos para que pudieran responder con fe y disciplina al trabajo duro de la autoconstrucción.
Esa conciencia de ser capaces, sin duda, es el punto de partida de cualquier empresa que se asume con la visión puesta en el futuro pero con el reconocimiento de las dificultades que nos rodean en el momento presente.
Ser realista no es ser pesimista. Pero ser realista significa también conocer y valorar los recursos que tenemos para emprender cualquier proyecto que implique esfuerzo y constancia. Y no tener que afrontar el reto de actuar sin una orientación y un propósito concretos.
El principal recurso en estos movimientos comunitarios es la confianza en si mismo y el apoyo de los otros, lo que llamábamos en aquella época, como un slogan del grupo, “esfuerzo propio y ayuda mutua”.
Mucho fue lo que aprendimos del excelente equipo de trabajo social que tenía el Instituto de Crédito Territorial: Lola Rocha, Nina Chávez de Santa Cruz, Alfredo García y la incansable Mary Mesa, que nos acompañó los cuatro años que duró el desarrollo de este programa. Entonces también eran funcionarios del ICT Roberto Pineda Giraldo y Rafael Machado.
Hay que distinguir varios elementos en esta organización:
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El diseño arquitectónico y urbanístico y la acción de los beneficiarios.
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Además el trabajo social que prepara, acompaña y dirige la acción de los grupos que conforman los programas de autoconstrucción es fundamental para el éxito de estos programas.
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La promoción y coordinación de este proyecto me correspondió a mi. Pero, como ya lo dije anteriormente, el modelo sirvió para demostrar de lo que es capaz de realizar la gente que se descubre a si misma y se organiza.
Una cosa es el diseño urbanístico y arquitectónico y otra cosa es la construcción, propiamente dicha, con mucha gente entusiasta pero no capacitada para la dura labor de hacer chambas y cimientos, pegar ladrillos en paredes rectas que hay que vigilar permanentemente con el nivel etc. Ni hablar de cumbreras y techos, puertas y ventanas.
Aprendimos que en la construcción se tenía que acudir a expertos y fue entonces cuando varias firmas de arquitectos amigos ofrecieron un obrero capacitado, por semana, logrando así avanzar rápidamente pero utilizando también la ayuda voluntaria de los beneficiarios de las casas en fines de semana con trabajos dirigidos por esos mismos expertos.
Se creó un ambiente de solidaridad y entusiasmo que era estimulante para todos, tanto, que de allí nacieron otros grupos de autoconstrucción promovidos por algunos de ellos mismos, como sucedió más adelante con Los Laches y El Tejar, durante la alcaldía de Jorge Gaitán y después con Quirigua, barrios muy grandes que surgieron ya bajo la iniciativa de sus mismos líderes y donde también nos llamaron a colaborar.
Se construyeron también 35 casas en la vereda de San Isidro, sobre la carretera a la Calera.
Para mi, hablar de la Fragua tiene muchas facetas: primero que todo, la gente. Después, nuestra propuesta, con los contactos institucionales del Cinva y del ICT que son toda una historia. A continuación, las obras, propiamente dichas, con todos sus problemas, donde aprendimos a manejar las diferentes situaciones.
Sin embargo, tal vez lo más importante, es haber comprobado lo que significa la dignidad de la persona humana en todas sus posibilidades. Que lo único que hará siempre falta es la coordinación de voluntades y esfuerzos para lograr resultados formidables, sobre la base de tener conciencia de que todos somos capaces.
Finalmente, se dió el efecto multiplicador de este modelo de superación, personal y colectivo, que estimuló tanto a propios como a extraños. Y a nosotros nos marcó con un sello de investigación y de servicio que nos ha acompañado toda la vida.
En aquella época terminamos conectándonos con la oficina de Rehabilitación de la Presidencia de la República donde recibimos el apoyo irrestricto de José Gómez Pinzón. Y de allí en adelante nuestro proyecto se convirtió en un modelo de gobierno, que empezó a multiplicarse, primero en el barrio de Agua Blanca en Calí, para solucionar una invasión. Luego en Cartagena, con el Obispo y unas señoras promotoras de obras sociales. Lo mismo sucedió en Barranquilla. El modelo fue puesto en práctica en muchos lugares del país, promovido por particulares.
Misael Pastrana, presidente de la República 1970 -1974[3] nos contó que había visto en Ibagué un grupo de 25 familias que construían su pequeño barrio siguiendo las pautas de un artículo que habían encontrado en el periódico, donde nosotros contábamos lo que habíamos hecho en la Fragua. Uno de los éxitos de este trabajo fue que produjo un verdadero boom publicitario y lo comentaron en todos los medios de comunicación, durante mucho tiempo.
Sin embargo, hay algo más que es imposible de explicar. Sólo al ver la transformación de las personas, las historias de las familias involucradas, todas provenientes de lugares muy precarios llenos de dificultades y carencias. Las sonrisas y la felicidad que no saben cómo expresar, en aquella época y aún ahora, todo eso es algo indescriptible que ni aún con el paso de los años se puede olvidar.
Ver, por ejemplo, a las niñitas con sus mejores vestidos de fiesta, cargando un ladrillo para colocarlo en la carretilla que un muchacho empuja con dificultad, participando así todos los miembros de las familias en aquellos fines de semana en que se volcaban todos a ayudar.
Las familias, sábados y domingos llevaban sus almuerzos y hacían como picnics comunitarios, por turnos, para no interrumpir un minuto el trabajo que “los expertos” les habían asignado . Esto muchas veces no significaba un avance en las obras pero habíamos convenido que era necesario dejarlos participar para que no se perdiera el espíritu de la consigna inicial : “esfuerzo propio y ayuda mutua”.
Hoy, es la Acción Comunal, un organismo del Estado, con más de 25.000 juntas en el país, en todas las poblaciones y veredas de la nación. La Fragua, que era el nombre de la hacienda donde el ICT construyó ese barrio, históricamente cumplió el papel que su nombre indica: fraguó una conciencia nacional de ser capaces, “con esfuerzo propio y ayuda mutua”, para solucionar el problema de la vivienda que tantos millones de personas necesitaban en el país.
El modelo colombiano – como lo denominaron en México – se empezó a extender a nivel continental. En Venezuela, durante el gobierno del Presidente Caldera, Arístides Calvani y su esposa Adelita promovieron la Acción Popular, siguiendo los lineamientos que en Colombia se experimentaron con tanto éxito bajo el nombre de la Acción Comunal. En la Argentina, en Córdoba, y en el Perú, en el Callao, supimos igualmente de programas realizados con este ejemplo. Yo fui invitada a Suiza en 1964 donde se realizaba en Interlaken un congreso del Consejo Internacional de Mujeres y allí presenté un informe que me ayudó a editar Carlos Martínez Jiménez, el dueño y director de PROA, la revista de arquitectura tan conocida en Colombia. Fue increíble el entusiasmo que provocó ese informe, que tenía su traducción al inglés.
Más tarde, supe de Suecia, que promovía programas semejantes en África, particularmente en Liberia.
Y desde Angola recibí los datos de una de las participantes al congreso en Suiza que siguió al pie de la letra todo el proceso que nosotros llevamos a cabo aquí; tuvo éxito y estaba agradecida.
Desde el Vaticano, el Cardenal colombiano Alfonso López Trujillo me hizo invitar al Congreso Internacional de AMFE, la Asociación Mundial para la Familia, con sede en Roma, que se llevó a cabo en Toronto – Canadá.
Llevé una ponencia titulada La Vivienda Productiva que tuvo mucho éxito. Pero lo más interesante fue que repercutió en Monterrey, México. Una periodista mexicana que asistió a ese congreso entusiasmó a una familia Garza Villarreal para que hiciera un programa de vivienda como el nuestro en Colombia.
Ellos me invitaron a Monterrey dos veces y, evidentemente, siguieron las pautas que yo les transmití y ahora hay allí una réplica de la Fragua, como inicio de programas que quieren continuar.
Un funcionario de Naciones Unidas nos hizo caer en la cuenta que lo más interesante de la Fragua era el diseño de las casas que, en planta, están divididas en dos espacios, con un patio de separación entre los dos pero con entradas, desde la calle, para cada sector.
Se convierte así en dos unidades independientes: la casa y el cuarto de atrás.
Esto fue producto de la necesidad de las familias para que, pudieran vivir en un cuarto independiente mientras construían la casa, propiamente dicha, al otro lado del patio. Con el tiempo, esto produjo el efecto de tener dos viviendas en lugar de una sola y pudieron alquilar una de las dos, con lo cual desde el principio ya obtuvieron una renta, sin perjudicar el bienestar de la familia.
En 11 “cuartos de atrás” se organizó provisionalmente una escuela de 850 alumnos, mientras se construyó un excelente colegio, en la plaza principal del barrio.
Al comenzar, en las dos manzanas que entregó el Instituto de Crédito Territorial había diseñados 42 lotes y Germán logró introducir 96 casas, cuatro placitas y un salón comunal. Ya de por sí esto fue un aumento considerable en la densidad urbanística pero lo verdaderamente efectivo fue el tener acceso independiente para cada uno de los dos sectores de esa casa, que cubría un terreno de 12 metros de profundidad por 7 metros de frente.
Finalmente, tengo que hacer un reconocimiento que aunque parezca insólito, para mí fue la causa de todo este milagro de la Fragua: Pío XII, en el castillo de Castengaldolfo, en el verano de 1950, nos dió a Germán y a mi una bendición muy especial. Nosotros habíamos conseguido la audiencia por intermedio de nuestro embajador colombiano[4], La llamaban “audiencia privada” pero éramos unas sesenta parejas, colocadas en semicírculo en un enorme salón y separadas casi un metro la una de la otra.
El Papa entró por el lado izquierdo y fue saludando a cada pareja. Entregaba unos rosarios y le daba la bendición a cada una. Cuando llegó donde nosotros, que estábamos más o menos en la mitad de ese semicírculo, nos preguntó:
- De dove ?
- Respondimos: - De Colombia, Sur America.
Inmediatamente empezó a hablar en español perfecto, porque había sido Nuncio Apostólico en la Argentina.
- Ah! Colombia! Un país tan católico - ¿Cómo van después de la revolución?
Se refería al 9 de abril de 1948.
- Ustedes parecen recién casados, ¿verdad? Les doy una bendición muy especial.
Nos arrodillamos y recibimos nuestra bendición. Lo extraordinario fue que, cuando ya estaba llegando a los vecinos, se devolvió y nos dijo muy solemnemente:
- Quiero darles otra bendición muy especial.
Caímos de rodillas de nuevo y recibimos con mucha unción esa segunda bendición.
Lo más curioso: a nadie más en ese salón le dio otra bendición. Ese gesto fue para nosotros, nada más.
Yo siempre he pensado que eso fue el principio de nuestra experiencia en vivienda, los programas de autoconstrucción y su corolario, la Acción Comunal en Colombia. Por otra parte hay que recordar que Pío XII fue calificado como el Papa de la Vivienda, porque ayudó a impulsarla después de la segunda guerra mundial.
Y para completar esta observación:
Pío XII murió en 1958. Y fue en ese año cuando comenzamos nosotros toda esta historia de la autoconstrucción dirigida que actualmente es un programa nacional, con organismo propio y que actúa en todos los rincones del país.
Se ha creado una conciencia nacional de promoción y mutua ayuda, con un sentido espontáneo de solidaridad que ha influido en la manera de ser de los colombianos quienes se distinguen internacionalmente por su capacidad de colaboración y liderato.
[1] Dos gerentes del ICT nos colaboraron: Antonio Garcés Sinisterra y Aníbal López Trujillo.
[2] Era el gerente Enrique Caballero Escobar.
[3] Precisamente, en ese periodo creó la Secretaría de Asuntos Femeninos adscrita al equipo privado de asesores en la Presidencia de la República, cargo que me ofreció y que yo ejercí, desarrollando un programa que yo misma escribí para su esposa, María Cristina Arango de Pastrana, que me había pedido que la ayudara en Acción Comunal para lo cual ella se quería dedicar. Preocupada, pensé mucho algo que ella pudiera hacer sin que fuera precisamente la Acción Comunal, porque me parecía que para entonces ya se había politizado mucho el movimiento y a ella eso no le convenía.
Entonces le escribí una carta explicándole lo que podría ser una oficina de Asuntos Femeninos donde ella pudiera dedicarse a la mujer, ya que existía, recién fundado por Cecilia de la Fuente de Lleras Restrepo el Instituto de Bienestar Familiar.
El efecto de esa carta fue que me llamaron de la Presidencia para que yo pusiera en práctica lo que le proponía a la señora del Presidente. Ella resolvió dedicarse al Instituto de Bienestar Familiar del cual por ley era la Presidenta, y allí trasladó su oficina. A mi me adjudicaron el despacho de ella en el palacio presidencial.
[4] Joaquín Piñeros Corpas
Carta de gratitud por Alberto Pazmiño Proaño
Quito, a 30 de mayo de 2016:
Queridos arquitectos
Yolanda Martínez de Samper y Germán Samper Gnecco:
Hoy, más de 50 años después de haber sido beneficiario de su filantrópico proyecto de vivienda La Fragua, me honro en dirigirme a ustedes para expresarles la inmensa gratitud que siempre hemos sentido mi familia y yo por ello.
En el año de 1960 yo era apenas un niño de 10 años, vivía en un inquilinato con mis padres y mis 5 hermanos (hermanos que a la postre aumentarían a 7¡), en condiciones más que precarias. No entro en detalles porque no hace falta decir más. Fue entonces cuando mi madre comenzó a acariciar el sueño de tener una casita. Una vecina le habló de su proyecto y la invitó a que la visitara a usted, Doña Yolanda, en su vivienda en el barrio Usaquén. Mi primera participación fue “asesorar” a mi mamá de en qué bus llegar y yo mismo la acompañé: tomamos un “Flota Usaquén” que nos dejaba en la carrera 7ª. Con calle como 120 o algo así.
Para mi madre convencer a mi papá no fue nada fácil: por algo muy sencillo: él nunca en su vida había sido capaz de “clavar una puntilla en la pared”, como siempre decía, por falta de habilidad para ese tipo de tareas, pero finalmente aceptó y se enroló en la lista de beneficiarios de su proyecto Sociedad Mutuaria de Autoconstrucción: Esfuerzo Propio y Ayuda Mutua, tercera y última etapa, que constaba de 42 de las 90 viviendas que ustedes concibieron y sacaron adelante. Ese grupo recibió las viviendas el 20 de mayo de 1962.
Hace pocos días me encontré de casualidad con un video del año 2010 en Youtube, en el que los entrevistaron a ustedes en ocasión de cumplirse 50 años del proyecto y en el que me enteré de detalles tan significativos y anecdóticos, de los que por ser tan niño no me había preocupado en su momento, y que hoy, luego de tantos años me invitan a llegar a ustedes.
En la entrevista me emocionó mucho saber detalles tan bonitos como que el impulso casi definitivo ocurrió cuando don Ángel María López, quien según narra doña Yolanda era conductor de un vehículo de su familia, les confesó su deseo y plan de tener una vivienda sin contar sin absolutamente más recursos que el sueño de tenerla! Sueño que ustedes hicieron realidad y que por esos deliciosos azares del destino mi familia se benefició también. Mi madre se llama Fanny de Pazmiño, mi padre se llamaba Luis Miguel Pazmiño, quien en La Fragua se hizo muy amigo de don Ángel María, ya que ambos eran buenos conversadores en temas de literatura, política, y demás cosas que aprendieron de manera estrictamente autodidáctica. Los dos fueron los eméritos presidentes de sus respectivas Juntas Directivas. Pese a ser ecuatorianos, mis padres lograron que ustedes consigan que les otorguen el beneficio sin necesidad de nacionalizarse.
Bueno, pues en La Fragua comenzó una nueva era para mi familia: se acabó la ignominia de los conventillos infrahumanos en que nos tocaba vivir. Comenzamos a salir adelante con el esfuerzo de nuestros padres. El hecho de no tener que pagar arriendo y además de disponer de una renta gracias al local que comprendía la casita fueron definitivos: La concepción del proyecto la Fragua fue tal cual como ustedes anotan en la entrevista: Vivienda productiva, varios de nuestros vecinos ocupaban la casita para sus talleres, ya sea de carpintería, de metalistería, panadería, peluquería, etc. etc.
Gracias a Dios desde que nos fuimos a vivir a nuestra casa de La Fragua, superamos todo lo anterior. Yo, personalmente logré con una beca estudiar Ingeniería de Sistemas en la Universidad de Los Andes, esa ha sido mi profesión. Por los años 80 me vine a vivir a Ecuador. Logré conseguir otra beca para hacer una Maestría en la Universidad Politécnica de Madrid y he vivido dignamente de mi profesión. Estoy por pensionarme en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, en Quito, donde soy docente de grado y posgrado. Y anoto esto porque todo comenzó en La Fragua, en el proyecto que ustedes concibieron y sacaron adelante haciendo gala de una excelencia profesional y un sentido altruista inmenso.
Por todo ello, queridos arquitectos doña Yolanda Martínez y Germán Samper: Muchas gracias. Sé que ustedes habrán saboreado también la ingratitud quizás, pero sé también que este documento es fiel testimonio de que existe el reconocimiento. Dios les ha recompensado evidentemente con excelentes hijos y con muchas más cosas. Elevamos nuestras oraciones para que gocen siempre de la felicidad que se merecen y que sepan que en este planeta existimos personas que guardan por ustedes una gratitud enorme e imperecedera y que hoy doy testimonio e ello por intermedio de eta vía electrónica a la que he podido llegar gracias a mi amiga Pastora Murillo, de cuya amistad me honro también.
Reciban, por favor, un abrazo respetuoso, sincero y afectuoso y la ratificación de mis mejores deseos por su bienestar y el de toda su familia. Si vienen por Quito, aquí tienen un amigo agradecido que les espera.
Con muchísimo cariño,
Alberto Pazmiño Proaño
UN PROYECTO EXPERIMENTAL
Por Germán Samper
Autocontrucción dirigida. Barrio La Fragua - Bogotá 1958-1962
Introducción
En el año de 1958 se están produciendo en el país cambios estructurales con motivo de la llegada del Frente Nacional y la presidencia de Alberto Lleras Camargo. El concejal y posteriormente Alcalde de Bogotá, Jorge Gaitán Cortés, arquitecto de profesión, está concibiendo nuevos procesos de participación ciudadana a través de la creación de Juntas de Acción Comunal en los barrios, siguiendo el ejemplo de las tradicionales “mingas” con que la gente del pueblo soluciona con frecuencia la construcción de sus casas con ayuda de vecinos y amigos.
La construcción del conjunto de viviendas La Fragua, que se hace por Autoconstrucción, es visitada con interés por Jorge Gaitán Cortés. Es el primer barrio desarrollado por este sistema. Esta forma de trabajo comunitario respaldado con la organización del Estado con créditos a largo plazo y con la coordinación voluntaria de profesionales del sector privado que tuvieron la iniciativa, fue el modelo que inspiró el movimiento de acción comunal que Gaitán Cortés convirtió en un acuerdo municipal. Posteriormente el Gobierno Nacional a través del Instituto de Crédito Territorial determinó establecer el Sistema de autoconstrucción dirigida como uno de sus principales medios para ampliar la cobertura de viviendas de interés social.
También, por ese entonces, a escala nacional el Gobierno creó las Juntas de Acción Comunal. Hoy existen en el país 22.000 juntas desarrollando toda clase de acciones de tipo comunitario.
En 1.958 se inicia la construcción de 94 viviendas, por el sistema denominado Esfuerzo Propio y Ayuda Mutua. A 45 años de su realización, se tiene el tiempo necesario, para analizar el hecho con una perspectiva histórica, más, cuando se ha hecho un seguimiento periódico al grupo y a algunas familias en particular y se pueden apreciar los frutos y el significado de lo que es poseer una vivienda propia.
Puedo decir que en el ejercicio de mi profesión, esta obra representó un viraje radical. Fue un aterrizaje forzado, al entrar de lleno en la realidad del país. Conocer la pobreza de muchos de nuestros compatriotas y también conocer su coraje para enfrentar una vida dura, que se supera sólo con esfuerzo y perseverancia.
Como un acto de reconocimiento y de justicia, debo decir que fue mi esposa Yolanda, quien tuvo la iniciativa, realizó las primeras gestiones y puso el entusiasmo y el empeño necesario para que el proyecto fuera una realidad. Yo intervine como arquitecto en los aspectos técnicos, diseño, dirección de la construcción y poco a poco me fui vinculando emocionalmente, comprendiendo que, en conjunto con ella, estábamos haciendo un trabajo de trascendencia para el país. Tal vez lo más importante fue el saber que trabajábamos por solidaridad y no por unos honorarios, que jamás tuvimos intención de solicitar. Por ser esta una publicación que hace énfasis en el diseño arquitectónico, no es este el lugar para entrar en detalles sobre lo que fue el proceso de concepción, gestión y administración, pero dada su importancia conviene hacer una síntesis.[1]
Nuevo enfoque en el ejercicio profesional
Se trataba de diseñar y construir para un cliente anónimo, o dicho de otra manera, para familias con características y necesidades muy diferentes entre sí. Sin embargo, se realizaron planos y maquetas y fueron consultadas con la comunidad para llegar a un acuerdo colectivo. Se concluyó que se construiría un bloque de 42 M2 adelante del lote y uno atrás de 3 x 7 Mts., con el fin de realizar lo más rápido posible una primera etapa y que ellos la pudieran habitar. El CINVA -CENTRO INTERAMERICANO DE VIVIENDA- colaboró con un curso de entrenamiento en construcción para los usuarios y los dirigentes.
El Diseño
El Instituto de Crédito Territorial - ICT, adjudicó 2 manzanas en el barrio La Fragua, con una capacidad de 20 lotes cada una y una calle intermedia. Urbanísticamente se eliminó la calle central y se proyectó un pequeño conjunto de viviendas con calles peatonales, algunas pequeñas plazas y buscando que en lo posible, los cuartos planteados en la primera etapa tuvieran su propio acceso. El tamaño de los lotes se redujo y el resultado fue una agrupación a escala humana, con una capacidad de 94 lotes, es decir, duplicando la densidad.
Las viviendas se proyectaron en un piso con cubiertas de dos aguas, con pendientes que permitieran la posterior construcción de un altillo. La planta contenía una pequeña sala-comedor, tres alcobas pequeñas, un baño y una cocina.
Nuevo enfoque en la construcción
Se vio la necesidad de hacer diseños constructivos de una gran simplicidad para que facilitara la construcción realizada con una mano de obra no calificada, compuesta por serenateros, peluqueros, conductores, zapateros, carpinteros, ornamentadotes, entre otros. Se optó por una construcción en un piso, con muros de carga y dos aguas sencillas que recibieran unas correas que sostuvieran las tejas de asbesto cemento.
Un maestro de obra, que a la vez era adjudicatario, tuvo a su cargo la dirección de la obra. Armado de paciencia, daba instrucciones a quienes iban a ser sus vecinos. La construcción se llevó a cabo al comienzo en sábados y domingos y más tarde por las noches. Varias firmas de constructores colaboraron con el ofrecimiento de un obrero durante la semana o el préstamo de maquinaria en días festivos. Otras empresas ofrecieron materiales con buenos descuentos.
Equipamentos
Se dejó el área para un pequeño salón comunal, que con mucha dificultad las familias han ido construyendo por etapas y presta el servicio invaluable de mantener unida la comunidad. Finalizadas las construcciones, se presentó una coyuntura que permitió que algunos de los cuartos posteriores fueran alquilados por la Secretaría de Educación del Municipio, con lo cual, en muy pocos días se organizó una escuela primaria que benefició a los niños menores, mientras una edificación definitiva fue levantada.
Vivienda Productiva
Los cuartos de atrás, de muy buena área, pronto se convirtieron en fuentes de ingresos. Se arrendaron para locales, para alojamiento, se convirtieron en talleres o se ampliaron para albergar a las mismas familias y alquilar la casa principal. Lo cierto es que a partir de ese momento, se pudieron pagar las cuotas de amortización del ICT y mejorar los ingresos de muchos de los usuarios.
Los Frutos de la Vivienda Propia
Un amigo arquitecto, visitó La Fragua en ese entonces y nos escribió lo siguiente:
“Más que los valores arquitectónicos me impresionaron los valores humanos. Haber visto la felicidad, el entusiasmo, la actividad con que trabajan esos hombres, oírlos hablar de sus planes para el futuro; fue una experiencia conmovedora. Recuerdo el más ilustrado y al parecer más ambicioso de ellos, que hablaba de su trabajo para dejarle una casa a sus hijos. Yo tuve impulsos para decirle algo que callé por no encontrar al momento las palabras justas y quisiera poder decírselas ahora: Usted dejará a sus hijos también otra cosa aún más valiosa que la casa misma y que nadie le podrá quitar. Aunque un temblor o un fuego destruyese la casa o por cualquier otro motivo la perdieran, sus hijos siempre tendrán el ejemplo y el orgullo de haber tenido un padre que construyó su propia casa.” Y agregaba “Eso no es vanidad. La propia estimación y la mayor confianza que ese hombre ha de sentir al verse propietario por su propio esfuerzo, ha de contribuir tanto o más que el mejorado ambiente físico del hogar para una familia sana y libre de preocupaciones, primer requisito para el desarrollo normal de la personalidad del niño”. Eugenio Batista
La Transformación de La Fragua
En lo Físico
Salvo algunas viviendas que no se han modificado, la mayoría se han transformado físicamente. El cambio es impresionante y eso tiene su explicación en un análisis económico, sociológico y antropológico.
La seguridad de la vivienda propia por sí sola mejora los ingresos, pero la vivienda productiva los acelera, crea ingresos adicionales y abre posibilidades de crédito, por la posesión de un bien que sirve de garantía.
El hecho es que con los años, el barrio es irreconocible: A los ojos del arquitecto diseñador, se perdió la unidad, se generó el caos, se tumban las cubiertas inclinadas y se construyen las placas planas, las viviendas están predestinadas al crecimiento, muchas están en obra. Se van haciendo voladizos en los segundos y terceros pisos. Poco a poco, el barrio se va pareciendo a los típicos barrios de desarrollo espontáneo. Existe sin duda una cultura popular en materia de edificación, que crece en toda la ciudad y tiene similitudes impresionantes con otros países latinoamericanos.
El barrio blanco que entregó el diseñador, inspirado en lo que vio en la isla de Ibiza, las obras del primer modernismo europeo y los edificios de la Universidad Nacional llamada la Ciudad Blanca, se transformó en un barrio multicolor, con edificaciones de todas las alturas, todos los materiales y las más variadas decoraciones. Adoptaron la estética típica de los barrios populares de la ciudad. Es la estética popular y no la estética de las academias.
En lo Social
¿Qué ha pasado? Cada casa es al interior un universo.
No hay una familia igual a la otra. Así como la edificación está en latente construcción, los seres humanos están en crecimiento. Ahora tienen derecho a soñar, a educarse, a progresar, a tener esperanzas, a aspirar a ambiciones legítimas. Y con los años el fenómeno de la transformación familiar es impresionante. El fruto en este caso es positivo; no puede ser mejor. Las 4 hijas de un zapatero remendón, son profesionales y han mejorado su estatus. El hijo del serenatero es hoy primer violín en Los Ángeles, Estados Unidos; los del maestro son ingenieros y arquitectos de éxito profesional, las hijas de uno de los conductores tienen altos cargos en la administración e intervienen como consejeras en el Congreso de la República, de allí han salido sacerdotes, pilotos de aviación. ¿Qué más se puede esperar? Son profesionales calificados que se incorporan a la clase dirigente del país.
La casa propia es un formidable instrumento de promoción social. Es la solución que las mayorías del tercer mundo ofrecen. Hay lugar al optimismo. Basta con poderles ofrecer a las familias la seguridad de un techo propio, que tenga posibilidad de crecimiento y donde puedan realizar, fuera de su función residencial, toda clase de labores. Con razón en la Séptima Bienal de Arquitectura de Venecia, algunos arquitectos, cansados del formalismo arquitectónico, lanzaban la sentencia: “más ética, menos estética”.
[1] Los sueños de mi esposa nacieron con el modesto plan de solucionarle el problema de vivienda a una familia.
Por la amistad con un arquitecto del CINVA, René Eyheralde -chileno- quien nos asesoró el proyecto, fue tomando cuerpo. Surgió la idea de constituir una Sociedad Mutuaria para Autoconstrucción, que fue creciendo de 24 a 52 y luego a 94 familias. De gran importancia fue la colaboración del ICT – Instituto de Crédito Territorial – que ofreció el terreno, préstamo para materiales y la administración de la cartera; la financiación de la Caja Colombiana de Subsidio Familiar para 25 familias y la AID -Agencia para el Desarrollo- de Estados Unidos a través de la Alianza para el Progreso.
Fue el primer proyecto de este tipo en el país y su inauguración fue presidida por el Presidente de la República Alberto Lleras Camargo para su primera etapa y por Fulton Freeman, Embajador de los Estados Unidos en Colombia, para la segunda y tercera etapas. Este último en su discurso comentó que para ese momento se estaban desarrollando 68 proyectos por este sistema. Posteriormente, la Sociedad Colombiana de Arquitectos se vinculó para la realización de proyectos similares. La firma Esguerra Sáenz y Samper, se ocupó del manejo administrativo de la obra.